Compramos los boletos con dos días de anticipación, el mío en reventa, 80,000 gs. (el doble del precio estipulado). La jersey la compré ayer, pero debido a la pasión con que se vive el clásico acá, Víctor no me dejó llevarla. La cámara, ni se diga.
Acá el clásico nacional no es como en México, se juega entre equipos de la capital. Un equipo es literalmente del Barrio Obrero, y el otro podría decirse de la clase media en adelante. Incluso los Olimpistas tienen un cántico que habla de cómo entre los mismos Cerristas, durante un partido, se acuchillaron por una tortilla.
Para que no haya problemas con la hinchada, el partido se juega en cancha neutral, en el Estadio Defensores del Chaco, casa de la Albiroja; y se cierran tres calles alrededor del inmueble.
Llegamos dos horas antes de que empezara el partido. Una cuarta parte del estadio estaba ocupada, la Gradería Sur por la Barra de la O, y la Gradería Norte por la barra de Cerro. Preferencia y Platea, mitad y mitad, un lado Cerristas y en el otro Olimpistas –es impresionante como luce el estadio de un color a la izquierda, y de otro a la derecha–.
La hinchada de un equipo le canta a la otra en forma de batalla, para molestar al oponente se le aplaude mientras canta, sin hablar. Se cantan todas las porras de ambos lados, hasta que se acaban, entonces hay un descanso de aproximadamente 20 minutos, y se empieza otra vez.
La policía nacional está desde el comienzo en el estadio, en la cancha hay unos 20 elementos, y en cada sección de asientos en el estadio también hay, excepto en la línea imaginaria que divide a los hinchas de Cerro y Olimpia en Platea. Toda la policía antimotines estaba en la Gradería Norte.
Un hombre gordo, hincha de Cerro, se la pasó agrediendo a los Olimpistas, incluso cuando las barras callaban. Media hora antes de que comenzara el partido, una fila de granaderos se colocó en esa línea ahora humana, de Platea.
Ambas escuadras saltaron a la cancha. En cuánto Zeballos pisó el terreno de juego vino la rechifla azulgrana, y en contraste, la ovación de los blancos.
Arranca el encuentro. Olimpia domina pero no concreta. Entonces un pase de Marín coloca a Robles en los linderos del área, puntea la bola y con eso dobla al primer defensa, y antes de que el segundo lo ataque, el arquero sale a achicar, y es entonces cuando el delantero olimpista define. Gol de los visitantes. Todo el primer tiempo es de Olimpia.
La segunda mitad empieza con el ingreso de Itrube, y la rechifla del equipo Decano hacia él. Cerro se ve decidido a conseguir el empate. El Ciclón consigue un tiro libre que es pateado al área, hay un descuido y se pierden las marcas, Cardozo queda solo frente al portero, y empata los cartones.
La hinchada de Olimpia se ve desesperada, su equipo parece haber perdido la brújula. El ingreso de Biancucci revoluciona al cuadro visitante. Por momentos parece como si Zeballos hubiera vendido el encuentro. El sonido local anuncia que en caso de empate, los aficionados de Olimpia salen primero; pero no parece que eso vaya a suceder. Ramos desborda por el sector derecho, pierde la espinillera y manda un centro pasado, Biancucci lo recoge, se quita al defensa en el lado opuesto de la cancha, línea de fondo, diagonal retrasada, Zeballos la prende de primera, y se acabaron las especulaciones.
El clásico acaba con la victoria de Olimpia y los cánticos hacia Cerro. Cerro se murió cantan los blancos una y otra vez.
A la salida del estadio siguieron los cánticos, las calles alrededor del estadio se vistieron de blanco.
Cuando llegamos al auto, Víctor puso los seguros, todavía quedaban hinchas de Cerro esperando el colectivo, y posiblemente un encuentro entre barras. Fíjate si no hay nadie en la calle, ahí adelante, dijo Víctor. Vivimos a cuatro calles de Barrio Obrero.
Al llegar a casa todavía se escuchaban los colectivos cerristas pasar por la calle, disgustados, y peleando por un lugar en el vehículo para regresar a casa.