4/9/13

De pie

No hay manera de posponer esto. Es como inevitable. Todo ciclo debe cerrarse. Quizá lo más difícil, es aceptarlo. La muestra está en las ruedas de prensa: los futbolistas lloran cuando anuncian el final de su carrera. Lo que nosotros no vemos, es el sentir de sus compañeros en activo, a quienes ese futbolista les dio lo que ellos consideran los mejores años de su carrera.

Llegas a un equipo. Juegas una, dos, tres temporadas. Por un compañero de equipo, es que llega un nuevo refuerzo. Lo conoces, aún no se entienden tan bien en la cancha, es más, casi no les toca jugar juntos. Pasa el tiempo y tu compañero que trajo a ese refuerzo deja el club para emigrar a otra institución. Las circunstancias se dan y el refuerzo y tú juegan juntos su primer partido; se entienden tan bien que les toca repetir al siguiente encuentro. Y después otro, y otro. Hacen click. Son como esas parejas de jugadores que no puedes evitar recodar, como en una onda Cabrito y Tano; o Jared y Pony; o Chelito y Lucho, etcétera. Se vuelven más que compañeros de cancha, se vuelven amigos.

Su nivel de entendimiento es tal que todo el mundo futbolístico los ubica como una dupla letal. La prensa empieza a verlos convivir constantemente fuera de las canchas, pero en el buen sentido de la frase; caen bien, vaya. Llegan los primeros rumores: "La dupla letal será separada, el refuerzo estrella del club suena para emigrar al futbol chileno". Te emocionas. Qué gusto que tú compañero cause buena impresión en otras ligas del mundo, hasta el punto de que lo quieran contratar.

Y así es, a los pocos días de incesantes encabezados y planas con respecto a su partida, es él quien llega y te lo confirma. La felicidad es mutua. Hay que celebrar.

Juegas una temporada sin él. La realidad es que el paso del equipo es bueno, pero todo el club sabe que si él estuviera jugando, les iría mucho mejor. Finalmente tu compañero vuelve y las cosas inician su curso de nuevo.

Pero al poco tiempo empiezan nuevos rumores. El profe no está contento con tu rendimiento y lo más probable es que te vayas del club una temporada a préstamo. Tú no quieres, pero el profe manda y tienes que obedecer. Te vas. Tu compañero —perfecto— asimila tu partida con tranquilidad, incluso te da ánimos: "no te preocupes, yo sé que pronto regresas". A las pocas semanas el profe decide romper toda relación con el club al que pertenece tu carta. La institución se hace de los servicios de un nuevo DT, y él te quiere de vuelta en el club. Regresas; tú y tu compañero se reencuentran.


Ese año la famosa dupla letal le hace honor a su nombre, y rompe todas las líneas del equipo al que enfrente. Deslumbran. Son implacables. Su ritmo de juego es tan bueno que ninguno de los dos sufre lesiones. No hay quien los detenga. A pesar de que todos los equipos rivales los tienen bien estudiados, sus movimientos son impredecibles. En el primer semestre del año no logran el campeonato, pero se quedan cerca. Su rendimiento ha sido tan bueno, que tu compañero nuevamente emigrará al extranjero, pero ahora como refuerzo de pretemporada; a préstamo, vaya. Disputará una gira europea con un equipo español. Tú te quedas, pero tranquilo, porque nuevamente compruebas la calidad de tu compañero. 

Mientras, tú te partes la madre haciendo la pretemporada en el futbol local, sabes que tu compañero regresará en gran nivel, y no quieres desentonar una vez que vuelvan a jugar juntos.


Y entonces él regresa. Hay fiesta. La mera felicidad. Con el paso del tiempo has comprobado que más que compañeros de cancha y amigos, son hermanos.

Inicia la segunda temporada del '10. A jugar de nuevo. Parece que nunca han sido separados. Su nivel de juego y entendimiento en el campo ya es algo ridículo. Es como cuando jugabas el ISS '98 y escogías a Brasil: les ponías un baile a todos; casi desde cualquier punto de la cancha virtual, metías gol. Si en los estatus del equipo hubiera una medida de química, el indicador sería de '99'. Así, güey. Para no hacerla más de pedo, esa temporada tú acabas como campeón de goleo, tu compañero como líder de asistencias, y el equipo es campeón.

Al final de esa temporada hay nuevos rumores, y ahora eres tú quien suena para reforzar a un equipo en Sudamérica. El rumor se vuelve realidad, y te fichan para jugar con un club paraguayo por una temporada; vas a préstamo. Y antes de que te vayas, tu compañero también deja el club, pero ya no es a préstamo, han comprado su carta. Así que cuando vuelvas, ya no jugarán juntos. Lo que tú no sabes es que el 'no volver a jugar juntos', es para siempre.

Regresas de Paraguay, la rompiste. Pero mientras estabas en aquel país, te informaron que has sido prestado a otro club. Una vez en tu nueva casa, empiezas a sentir la recaída en el nivel de juego. Tus compañeros son nuevos, el entendimiento no es el mismo, es toda una nueva experiencia. Por otro lado, tu hermano la está rompiendo en su nuevo equipo. Te da gusto por él, pero al mismo tiempo sientes frustración al no poder jugar a su lado. Pasa la temporada, y tu carta es vendida, pero a otro club distinto; vas de un lado a otro, estás desorientado. Extrañas como nunca los mejores partidos de tu carrera, esos que jugaste acompañado de tu hermano. Mientras, él se consolida como figura en su institución.

Entonces empiezas a entender que se acerca su retiro, porque él es inteligente y mejor se retira en lo más alto. Llevar tu proceso emocional con calma te hace ver todo con claridad. Empiezas a retomar tu nivel, sin un compañero estrella, sino con quien tengas que jugar. Ahora sólo esperas que tu hermano te diga que se marcha. No importa, él sabe por qué lo hace, después de todo, siempre ha sido más maduro y centrado que tú; sólo lo has visto cometer un error desde que se conocieron. Su decisión es natural, y ahora fuera de las canchas, sin duda se convertirá en una leyenda de la institución en la que jugaron juntos, y nuevamente se consolidará como crack, pero en algún cargo directivo. Sonríes.

La noche de su partido de despedida, estarás donde él quiera que estés: en la cancha, jugando por última vez a su lado; en la banca, esperando que te de la indicación para que entres y puedan hacer una última 'pared'; o en la gradería, ondeando el jersey que trae su nombre y número en la espalda, y coreando sus goles. Eso sí, siempre de pie.


Para mi hermana, que apenas ayer me acaba de decir que se va a casar.