3/5/12

Carta al Perro #2

Cómo empezar, Perro. La verdad merecías ganar, y el partido era tuyo, pero la experiencia, la bendita experiencia en liguillas. 

Me fui a un bar, quise comprobar mis teorías en vivo. Primero me llevé una grata sorpresa: el Turco planteó el partido con línea de 4 en el fondo. Eso ya era sinónimo de ataque, y así fue. Los primeros treinta minutos de juego fueron tuyos, salvo algunos destellos de La Raya. Era el único en el bar que en vez de alegrarse cada vez que atacabas, sentía un vacío en el estómago, y suspiraba de alivio porque el balón se iba desviado del marco rayado.

Durante treinta largos minutos me mantuve callado al ritmo de los "y...", "­¡ah!","uh", y demás exclamaciones de tu afición. Treinta minutos de tu mejor futbol, que al final sólo sirvieron para comprobar que la experiencia tiene su peso específico. En una jugada a balón parado, Zavala —cobrándosela de aquella que falló en la jornada 2— se anticipó a primer palo y con un cabezazo mandó el balón al fondo de tu puerta. 1-0. Balde de agua helada, y entonces las sonrisas de tus seguidores desaparecieron, sustituidas por los clásicos "no hay pedo" y "todavía se puede, cabrones". A partir de ahí perdiste la brújula.

En el medio tiempo la frase común era "ahorita cae el gol", y cayó, pero en tu portería. Apenas iniciaba la segunda mitad, empezabas a mostrar que un gol no te iba a dejar caer; cuatro minutos después Reyna tiró como a veces le sale, y la puso pegadita al poste, inalcanzable para ese gran arquero que defiende tu portería. Todas las caras denotaban decepción, salvo las de las mujeres, que siendo honestos, regularmente van a un partido porque al novio le gusta, o a pasar el rato.

Ese gol marcó el ritmo del encuentro y a partir de ahí La Raya fue mejor, pero tampoco supo aprovecharlo. Tú jugabas con más corazón que orden, los cambios que hizo el Turco lo dejaron en claro: Fernández, Gerk. Y finalmente al 71' entró quien debió ser titular toda la temporada en tu equipo, el máximo anotador en tu historia, el delantero más completo en tu plantilla, y el que mantiene viva la esperanza de todos los tijuanenses: Raúl Enríquez.

El minuto 87 le puso sabor al caldo. Balonazo al área, y quién más sino Raúl prendió la pelota de pierna izquierda para sacar un disparo imposible de atajar para Orozco. Golazo, punto. Tijuana estalló de alegría. Las caras volvieron a llenarse de felicidad. Gritos, abrazos, saludos, brindis. Ya sabes.

Yo no me ciego, Perro, yo no pienso que te ayudaron los árbitros, al menos no voluntariamente.

No se cumplieron mis predicciones. No llenaron tu casa de goles, los bares no fueron casas productoras de lágrimas, tampoco hubo conatos de bronca. Simplemente perdiste. Pero creo que estás más vivo que nunca.


Anoche me mantuve callado, no pude cantar los goles como siempre lo hago, me aguanté. Pero el sábado no voy a salir de mi casa hasta después de las ocho de la noche. Quiero gritar como lo hago cada vez que La Raya juega en casa, pierda o gane.

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